Lo primero que hizo Franco Sbarro cuando empezó sus actividades como constructor fueron dos prototipos de automóviles deportivos cuando era jefe de mecánicos en la Escudería Filipinetti.
Franco Sbarro era un ingeniero de sólida formación e imaginación desbordante, una imaginación que empezó a aplicar a productos realmente singulares. Coches como los todoterreno Wind-Houd y Wind-Hawk, sobre base Mercedes, las transformaciones de los Mercedes S y SEC con versiones con alas de gaviota e interiores con todo lujo de detalles, y sus famosos Golf con chasis de Porsche 911 aseguraron la viabilidad de la empresa y le permitieron trabajar en el desarrollo de nuevas ideas.
Mientras se divertía realizando prototipos como el Super Twelve, un recortado utilitario con dos motores de moto Kawasaki, Sbarro trabajaba en su idea de ruedas sin ejes, que presento finalmente en 1989. La idea era revolucionaria y completamente viable. Se trataba de sustituir el eje por un cojinete sobre el que rodaba la rueda y que incluía tanto los elementos de frenada como los de unión al chasis.
Lamentablemente, y pese a que Sbarro creo una empresa para el desarrollo de la idea y sus posibles aplicaciones, esta quedo aparcada pese a sus considerables ventajas respecto al sistema convencional, la idea de eliminar el eje consistía en situar el cojinete en la parte baja de la propia rueda donde instalaba los propios elementos de unión con el chasis y los frenos. Así se reducía la distancia entre el soporte de la rueda y el suelo. Sbarro lo probó en motos y en el prototipo Osmos de 1990.
A partir de entonces, Sbarro decido concentrarse en la enseñanza y la formación de futuros ingenieros y diseñadores, manteniendo, no obstante, la producción de automóviles especiales para clientes adinerados y presentando coches de concepto en los salones internacionales, en especial el de Ginebra, en el que cada año merece la pena pasarse por un stand donde conviven las soluciones mas dispares, desde coches playeros de seis ruedas hasta superdeportivos capaces de superar los 300 km/h. La imaginación del gran Franco Sbarro, pese a sus casi 80 años, sigue sin conocer límites, y la de sus alumnos, tampoco.
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